'Goy' y el desahucio

Vinieron pelados a descubrir el milagro. Treinta y cinco años después el edificio institucional padece aluminosis, me dice Rubalcaba. El sueño español se ha esfumado y no hay derrota más grande que regresar adonde has huido, dejando en el país donde fuiste fatigante una casa que casi has pagado en la que nunca podrás vivir, sin derecho a tarjeta sanitaria, acosado por las botas de pisar mendigos. España es El Paso de Europa y aquella Transición que fascinó es hoy una comedia execrable, dirigida por algunos políticos corruptos. El novicio -piensa Voltaire- es ferviente devoto a los 20 años y se convierte con frecuencia en un bribón a partir de los 40.

A la aluminosis unos la llaman italianización y otros, argentinización. La forma de protesta es una importación del malevaje de cuchilleros, que surgió para acorralar a un obstetra de la Escuela Mecánica de la Armada. Luego creció en el corralito y el corralón. «Si no hay justicia, hagamos que el país sea una cárcel», gritaban llamando al fascismo.

España, el país de los gallegos, donde Borges sitúa la Casa de Hades, por donde pasan cinco ríos y el más importante es del odio, no ha sido un sueño argentino. Preferían irse con los ingleses aunque sean cacareros y sobre todo ir a París sin dar bola a nadie, con la vaca que dé leche durante la travesía. Son tan afrancesados que Gardel, el símbolo de Argentina, se fue a nacer a Francia. También son muy ilustrados y sienten, lejos de la patria, la destructora melancolía de cebar mate (véase el Papa).

De la melancolía, del absurdo de la identidad, trata la La Tzibeles, un libro conmovedor, al estilo de Historias de Ferrara, del psicoanalista J. Isaac Szpilka. Cuenta la historia de un niño en Buenos Aires, con el sueño de un día ir a Sefarad. Es la desdicha y la derrota del emigrante que va al psiquiatra porque se siente un goy, como los judíos llaman a los no judíos. Recuerda cómo tocaba el violín para acompañar a su madre, a la que amaba («Una madre italiana le dice a su hijo: si no comes te mato, mientras la judía dice: si no comes me mato. Por eso no somos gangsters»).

Sesenta años después, un día ve en Madrid a un indigente, en la puerta de su casa. «Che, dame algo que tengo a la vieja enferma», dice el desahuciado. Entonces, con su mejor acento español, marcando las eses, gritó: «Sudaca de mierda: ¿por qué no te vuelves a mendigar a tu país?». Semanas después le dice al psiquiatra: «Doctor, estoy curado. Me siento un auténtico goy sin la menor angustia». «¿Y entonces para qué ha venido a verme?». «Vine a verlo porque desde entonces he dejado de soñar».